22 enero, 2015

FUI A CUIDAR LOS ARBOLES

FUI A CUIDAR LOS ÁRBOLES

Marcelo Dughetti

Colección Bonzo - 03 -
72 páginas



“Abril es el mes más cruel”, dice el primer verso de The Waste Land. Desde que T. S. Eliot dejó escrita, en 1922, aquella suerte de Odisea moderna, buena parte de los poetas han intentado responder a los interrogantes que planteó la nueva condición humana, la propia del mundo contemporáneo. Marcelo Dughetti, como Eugenio Montale, vuelve una y otra vez a la posible / imposible reelaboración del pasado para asentar (lo menos precariamente que se pueda) la efímera visión de un ahora que se escapa continuamente, sin pausa, sin tregua alguna. El presente poemario es otro paso en esa dirección: Dughetti sabe que la realidad no es un exclusivo sueño placentero, sino repetidamente una pesadilla que hay que comprender; que cada día es parecido pero no igual al anterior ni al siguiente y que el desafío de comprender implica la posibilidad aterradora de saber quiénes somos del otro lado de la máscara. Sin embargo nuestro autor se empecina y los versos contenidos en este libro constituyen su diario de viaje en esa angustiosa dirección, la única posible para el poeta de nuestro tiempo. Debe subrayarse que Dughetti navega a lomos de un lenguaje despojado mas dotado de giros sorprendentes, gracias a la evolución de su estilo, y que el alto impacto que obtiene en la sensibilidad del lector tiene dos claves: la maestría poética y la honestidad, la terrible honestidad de un hombre que se ha olvidado cómo se hace para mentirle a los demás y engañarse a sí mismo.

Luis Benítez


·····

Fui a cuidar los árboles
hace ya dos meses que nos separamos.
Los árboles extrañan con la confusión de un niño, un perro
suelen quedarse mudos en la mitad del calor
sombreando ese lugar del tiempo en el que Francisca les hablaba a las ciruelas
antes de los edificios sojeros y esa otra sombra
antes de las universidades y las coquetas avenidas
antes incluso del espanto
cuando aún en la pobreza era posible escuchar la cáscara del pan
abrirse con la simpleza de un fruto de la cultura.

Bajo esos árboles mi abuela
se sienta a comer uvas
y a medida que las come se va haciendo invisible…
Por eso los cuido,
son un altar
las manchas moradas y dulces del delantal
el zumbido de las moscas desesperando al caballo del tiempo
como un tábano maldito.

No dejo pasar más ausencia que la recomendable
para verlos y agradecer la belleza de apartarse de esta vida
sin dolor
comiendo uvas negras
acunadas en la música de las moscas
y el verano.

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